miércoles, 19 de febrero de 2014

Un referente (casi) secreto

La posición que ocupa Héctor Manjarrez (México DF, 1945) en la literatura mexicana es cuando menos enigmática. Ha escrito algunas de las mejores narraciones de las últimas cuatro décadas –sus novelas breves Rainey, el asesino (2002) y La maldita pintura (2004) son sencillamente maestras–, pero su posición en el canon local dista de ser central. Hay algo ciertamente esquivo en su prosa, una ductilidad concentrada en borrar las marcas de un estilo sedimentado. 

La trayectoria de Manjarrez se halla marcada por el cuento. Su primer libro fue la colección Acto propiciatorio, de 1970. Trece años después publicó No todos los hombres son románticos. Trece años después dio a imprenta Ya casi no tengo rostro. Diecisiete años después ha completado un nuevo volumen de prosas narrativas, Anoche dormí en la montaña. El cuarteto permite seguir la evolución estilística de su autor –respetuoso, mas no siervo, de la tradición del género–, pero también identificar sus temas centrales: por un lado, la educación sentimental de los latinoamericanos que, en los sesenta, creyeron en la revolución de las sociedades y de los cuerpos; por el otro, la siempre renovada fascinación por las mujeres, auténtico tema de estudio. El autor de imaginería juvenil y prosa esforzada de Acto propiciatorio se convirtió con los años en el dueño de una escritura ligera, ágil, sacudida puntualmente por hallazgos abrasivos, como ha visto Christopher Domínguez, su lector más consistente. Anoche dormí en la montaña está escrito con el estilo maduro de Manjarrez, donde la ironía no está reñida con la ternura, si bien los personajes parecen estar ahí para recordarnos que, a fin de cuentas, todos somos un poco ridículos. 

Organizados en cuatro apartados, los doce cuentos son, en más de un sentido, una suma de los intereses manjarrecianos: “Infidelidad” contiene dos nuevas incursiones en el mundo de la pareja; “Polis” aporta tres miradas a la vez nostálgicas y desencantadas de los viejos tiempos de la esperanza (“Una pura y dura” puede leerse como un ajuste de cuentas con “Nicaragua”, el relato menos logrado de No todos los hombres son románticos); las seis piezas de “Anoche dormí en la montaña” forman una suerte de nouvelle donde reaparece Concha Retama, la protagonista de El otro amor de su vida (1999); cierra el volumen “Antaño”, con el cuento “Amelia”, una viñeta más bien cursi. Ya casi no tengo rostro sigue siendo la cumbre del arte cuentístico de Manjarrez, pero su nueva colección nos recuerda que estamos ante una de las voces indispensables de la literatura mexicana contemporánea, insuperable a la hora de construir personajes a partir de las inflexiones del habla. 

La Tempestad, México, enero-febrero de 2014